Descripción
“¿Es esto pecado?”… Para una persona de una conciencia medianamente formada no es difícil dar respuesta a esto ante una situación determinada. Discernir entre lo bueno y lo malo, entre la gracia y el pecado, entre la luz y la oscuridad, aún en nuestra relativista época, es “relativamente” fácil. Los mandamientos están claramente dados y la ley moral natural inscrita en nuestro corazón (cfr. Rm 2,15) nos dan una suerte de convicción al respecto.
Pero preguntas como: “¿Esto es lo que Dios quiere de mí?”, “Ante estas dos cosas buenas que se me presentan ¿cuál debería escoger?”, “¿Este sentimiento proviene de Dios o del Demonio… o tal vez de mí?”, “¿debo abandonar este estado que hasta ahora he creído un llamado de Dios?”… no son tan fáciles de responder. Hemos conocido a lo largo de los años personas de sólida vida espiritual, que viven habitualmente en estado de gracia, que manifiestan una bien estructurada formación y que, sin embargo, han tenido que sufrir por decisiones tomadas a la ligera, por actos poco meditados y sopesados. Todo esto por una sola razón: ¡falta de discernimiento! Y es que discernir no siempre es fácil; se requiere oración, mortificación, meditación y una adecuada dirección. Y aun así se podría fallar por no seguir los adecuados criterios. Es cierto que ante una decisión que se creía voluntad de Dios -y al final no lo sea- no se puede alegar pecado alguno. No obstante, las consecuencias de no saber entender las mociones del Espíritu en el mejor de los casos frustran gracias que deberíamos haber recibido y en el peor de los casos, nos trae sufrimientos innecesarios que en ocasiones lastiman también a los que amamos. ¡Por eso es tan importante aprender a discernir!
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